Tengo un amigo que está enganchado a las aplicaciones eróticas de su Iphone. Desde que se ha instalado en el teléfono el programa que permite detectar otros usuarios del servicio con las mismas inquietudes sexuales que las suyas, va andando por la calle rastreando señales como si fuera un zahorí. Ya le he dicho que cualquier día de estos va a morir atropellado. Él me contesta que a este paso va a morir deshidratado, porque no para. Es la muerte del romanticismo y del arte de la conquista. Ya no es necesario esforzarse en parecer simpático u ocurrente, desarrollar elaboradas caiditas de ojos o aprenderse de memoria citas de personajes clave de la Historia para impresionar al interlocutor. No. Ahora se intercambian dos o tres frases para comprobar que no estamos ligando con un sosias de Hannibal Lecter, quedamos, lo hacemos y hasta luego Lucas. Por fin hemos despojado al sexo puro y duro de artificios, coartadas y pajas mentales. Muchos están muy contentos y celebran tal circunstancia como si se tratase de un logro de la Humanidad. A otros, entre los que me cuento, tanta economía de medios nos tiene anonadados. Sé que va a sonar fatal, pero los encuentros sexuales exprés me recuerdan a los rituales de apareamiento de los documentales de la 2. Aunque los fines sean similares (al fin y al cabo, conocer bíblicamente a otra persona), tanta precipitación me desconcierta y abruma. ¿Seré un hipócrita? ¿Se me ha pasado el arroz? ¿Vi demasiadas películas de la factoría Disney en mi infancia? ¿Me pasa sólo a mí?
Afortunadamente, para los seguidores del sexo exprés, no paran de aparecer en internet páginas de contacto que facilitan el sexo por el sexo entre sus usuarios. Al menos, a priori. Después ya vienen los mensajes eternos sin llegar a buen puerto (o buen catre), las citas desconvocadas de manera precipitada (‘me ha surgido un problema’), los plantones (‘el número solicitado no existe’) o los malos rollos posteriores al encuentro sexual (‘creo que siento algo por ti’). Todo esto, por ponernos en lo peor, aunque no siempre tiene que ser así. De todas maneras, tal y como están las cosas, no me extrañaría que algún día se llegue al extremo de exigir a los usuarios de estos servicios la firma de contratos como el que ilustra este párrafo, una coñita que circula por la red y que resulta muy sintomática. El ‘follamigo’ se compromete a aceptar que el encuentro consiste en ‘sólo un polvo’, a no entablar una relación de compromiso, a ‘no comerse la bola’, a ser sólo un amigo con derecho a roce y ser discreto. Una declaración de intenciones que no siempre se cumple.
La última red en llegar a nuestros ordenadores se llama ‘Sex and bye’ y pretende facilitar el contacto entre aquellas personas que sólo buscan sexo y nada más. De momento ya son más de 100 miembros de ambos sexos en nuestro país y las expectativas de crecimiento son elevadas. Como es bien sabido, el fenómeno del sexo sin compromiso es cada vez más habitual y muchas mujeres se han incorporado a él sin la resaca emocional de antaño. Para inscribirse en la red, de manera gratuita, sólo hay que ser mayor de edad y rellenar un formulario. A partir de ese momento, conocer, chatear, flirtear y quedar con un amigo o amiga con derecho a roce es cosa de cada uno. En palabras de sus creadores, no se buscan relaciones estables ni medias naranjas, no hay que hacer tests de compatibilidad ni se buscan casas con jardín. Para ilustrar sus propósitos echan mano de esta divertida secuencia de la película ‘Días de fútbol’. Les auguro un futuro prometedor. Sin ánimo de fastidiarle la fiesta a nadie, conviene recordar el extraordinario repunte que están experimentando las enfermedades de transmisión sexual y los embarazos no deseados en nuestro país. Tener un ‘follamigo’ (o varios) puede estar muy bien, pero no por ello hay que dejar de lado la responsabilidad que comporta acostarse con alguien, aunque sea sólo una vez. Una cosa no quita la otra.
Fuente: "El Mundo" Josep Tomás
